Más allá de la mejora continua: cuando el verdadero salto viene del diseño organizacional
1. La mejora continua: el impulso del progreso
Durante décadas, la mejora continua ha sido el motor que impulsa el desarrollo de las organizaciones. Nació de la filosofía japonesa Kaizen y se convirtió en un principio transversal de gestión para mejorar un poco cada día, optimizar procesos, reducir desperdicios y aumentar la eficiencia.
Y es cierto, sin ella, ninguna organización podría sostener su crecimiento ni desarrollar capacidades sólidas. La mejora continua construye madurez, profesionaliza y consolida un estándar operativo.
Pero hay algo importante: la mejora continua es un camino progresivo, no disruptivo. Su naturaleza incremental nos ayuda a avanzar paso a paso dentro del marco en el que ya operamos.
2. El marco invisible: el sistema que nos contiene
Toda mejora ocurre dentro de un contenedor, el diseño organizacional existente.
Ese contenedor está hecho de estructuras, roles, flujos de autoridad, procesos de decisión y formas de coordinar, es el “sistema” dentro del cual se despliegan los esfuerzos de mejora.
Lo que muchas veces olvidamos es que ese sistema no es neutro. Tiene sus sesgos, su historia, su cultura y su propia forma de ver el mundo. Es como un filtro que tiñe todas las acciones que ocurren dentro de él.
Por ejemplo, una empresa muy jerárquica puede impulsar círculos de mejora, pero si las decisiones siguen concentradas en la cúpula, los equipos solo podrán mejorar lo que está dentro de su margen de control, no el sistema que los limita.
O una organización que valora la eficiencia por encima de la innovación puede optimizar sus procesos hasta el extremo, pero seguirá sin generar ideas nuevas o saltos de valor.
3. Cuando la mejora se convierte en trampa
A menudo vemos equipos atrapados en una dinámica de mejora continua que parece virtuosa pero que, en realidad, no genera transformaciones de fondo.
Revisan indicadores, ajustan procedimientos, corrigen errores… y aun así, los grandes problemas persisten. Es como si la organización caminara en círculos dentro de un laberinto invisible.
Esto ocurre porque no han cambiado el modelo.
Mejoran dentro del mismo sistema, con las mismas reglas, la misma lógica de coordinación, las mismas estructuras y los mismos límites de pensamiento.
Y cuando el modelo no cambia, el sistema reproduce sus propios patrones. Como decía Einstein: “No podemos resolver los problemas con el mismo nivel de pensamiento con el que los creamos”.
4. Ver el sistema: el salto del pensamiento sistémico
El verdadero salto en la calidad de gestión se da cuando una organización logra ver el sistema.
Cuando deja de mirar los síntomas y empieza a mirar los patrones subyacentes que los generan.
Y muchas veces esos patrones tienen que ver con el diseño organizacional en cómo están configuradas las partes, cómo se relacionan, qué significados se le asignan a los roles, cómo fluye la autoridad o cómo se toman las decisiones.
Diseñar una organización no es solo definir una estructura; es diseñar un sistema de relaciones. Y rediseñar ese sistema puede cambiar radicalmente los resultados, incluso sin modificar a las personas.
Porque el comportamiento individual es, en gran parte, una consecuencia del contexto.
5. La diferencia entre cambiar el proceso y cambiar el modelo
Cuando no miramos el sistema, quedamos atrapados en cambios operativos o superficiales como nuevos formularios, más métricas, nuevos indicadores.
Eso puede ayudar a sostener la eficiencia, pero no produce saltos de calidad, porque los problemas estructurales siguen allí.
Solo cuando cambiamos la lógica del sistema, es decir, cuando intervenimos en el diseño organizacional, es que aparece una transformación real.
6. Un caso real: cuando la estructura se convierte en palanca de evolución
Hace un tiempo trabajamos con una empresa de más de mil colaboradores que tenía todo lo que la literatura clásica sugiere para una gestión de calidad:
certificación ISO, un departamento de calidad bien dotado, manuales, indicadores y procesos de mejora continua.
Sin embargo, los mismos errores se repetían una y otra vez. Las reuniones eran productivas, pero los problemas volvían.
La organización se tropezaba con la misma piedra.
La mejora continua no alcanzaba porque el sistema seguía siendo el mismo: tres direcciones centrales, una única unidad de negocio, flujos de decisión lentos y poco adaptativos.
El cambio real vino cuando cambiamos las piezas del sistema, pasaron de tener tres direcciones a ocho gerencias más distribuidas, se crearon dos unidades de negocio con autonomía y una gerencia general en cada una, y se sumaron equipos de soporte transversales.
En pocas palabras rediseñamos la arquitectura organizacional.
El resultado fue un salto en velocidad de respuesta, claridad de foco y sentido de pertenencia. La organización no solo mejoró, evolucionó.
7. La mejora continua te hace mejor; el diseño organizacional te hace diferente
La mejora continua es el músculo que te hace más fuerte.
Pero el diseño organizacional es el esqueleto que define cómo te movés.
Sin rediseñar el esqueleto, el músculo solo puede fortalecerse dentro del mismo marco.
Por eso, la evolución organizacional no ocurre por acumulación de mejoras, sino por saltos de diseño como cambiar la estructura, los roles, las relaciones y los significados.
Solo ahí aparecen nuevas formas de pensar, coordinar y crear valor.